La calma que advirtió
El camionero permaneció impasible, su expresión inalterable a pesar del torrente continuo de insultos que se le proferían. Se movía con la precisión de alguien que había hecho esto mil veces, rellenando su tanque con un ritmo que sugería que todo era parte de una rutina bien practicada. Cada movimiento era deliberado, suave y no afectado por el caos que lo rodeaba. Era casi como si existiera en su propio mundo, intocable por el aluvión verbal que habría inquietado a la mayoría de las personas.
Lo que sorprendió a todos, sin embargo, fue la facilidad con la que sobrellevó la situación. No había señales de irritación, ni un parpadeo, solo una concentración tranquila y serena mientras manejaba la bomba de combustible. Su sonrisa, serena y constante, permaneció en su lugar, y dejó a todos los que observaban tanto perplejos como intrigados. Nadie podía predecir lo que haría a continuación, sin embargo, había una innegable sensación de suspense en el aire, como si todos estuvieran esperando el siguiente movimiento.