Cámaras ocultas
Llegamos preparados con cámaras ocultas, pequeñas pero potentes, discretamente escondidas en bolsos y ropa. Cada segundo queda grabado: palabras, gestos y el sutil lenguaje corporal que delata sus intenciones. Cuando entran, su confianza es casi risible. Se sientan frente a nosotros sin tener ni idea de que cada palabra será reproducida pronto en otra habitación, otro escenario, como prueba. Lisa se acerca y me susurra: “Actúa con naturalidad”, recordándome que mantenga el personaje, que no revele la trampa demasiado pronto.
La conversación comienza ligera, pero las grietas aparecen rápidamente. La amante comparte más de lo que debería, su tono descuidado. Él intenta mantener la compostura, pero las mentiras empiezan a tropezar entre sí. Asumen que seguimos en la oscuridad, que hemos venido a hacer las paces. Pero nos quedamos sentados, escuchando, recopilando. Sus confesiones y negaciones se entrelazan en un tapiz de traición, todo grabado en cinta. El costo emocional es alto, pero la claridad que aporta es aún mayor.
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