Enfrentamiento inesperado


Aparece en mi puerta sin previo aviso, la rabia y la desesperación mezcladas en sus ojos salvajes. “¿Por qué haces esto?”, grita, su voz quebrándose bajo la presión. Su presencia es sofocante, su energía volátil. No digo nada, con los brazos cruzados firmemente sobre el pecho, sin querer darle la reacción que evidentemente busca. Sus acusaciones vuelan como dardos, dirigidas a provocar y confundir, pero yo permanezco en silencio. Puede gritar, suplicar o amenazar; no cambiará los hechos ni desviará mi concentración.

Pasea por la habitación como un animal enjaulado, la frustración aumentando con cada pregunta sin respuesta. “¡No puedes ignorarme para siempre!”, ruge, golpeando la palma de su mano contra la pared. Su ira hierve justo debajo de la superficie, apenas contenida. A pesar del nudo de miedo en mi estómago, no me inmuto. Mi silencio es intencional, un muro que él no puede escalar. No se trata de ganar este momento, se trata de negarse a alimentar su caos. A medida que los minutos pasan, mi negativa a interactuar habla más fuerte de lo que las palabras jamás podrían.

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